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En las calles de Gaza, donde alguna vez florecían mercados y juegos de niños, hoy reina el silencio del hambre. No el hambre simbólica o metafórica, sino el hambre real, brutal, que disuelve cuerpos, detiene corazones diminutos y arranca la vida además de las explosiones y disparos. El hambre, esa vieja arma silenciosa que asesina sin dejar huellas inmediatas, está siendo utilizada deliberadamente contra el pueblo palestino. En pleno 2025, estamos siendo testigos de un genocidio por varias vías, también la inanición.
CIERRE CRIMINAL DE FRONTERAS
El Estado Sionista de Israel, con el control absoluto de los cruces fronterizos, ha bloqueado durante años, pero digamos que totalmente durante meses la entrada de alimentos, medicamentos y agua. Incluso en los momentos en los que, por presión internacional, se han permitido convoyes humanitarios, estos han sido sistemáticamente saboteados, inspeccionados hasta el absurdo o atacados.
Organizaciones como la ONU, Médicos Sin Fronteras y la Media Luna Roja han denunciado una y otra vez la imposibilidad de acceder a la población civil, además de ser atacados y asesinados en algunos casos por el ejército asesino del ente Sionista. Y aun así, la maquinaria de la ocupación sigue con su operación de castigo colectivo, amparada en la complicidad de potencias occidentales y en la parálisis moral de buena parte del mundo.
EL HAMBRE COMO ARMA
Miles de niños han muerto ya por desnutrición aguda. No por falta de comida en el planeta, sino por una decisión política. Estamos presenciando un crimen que no necesita armas de fuego para ser letal. Gaza está sitiada, no por la naturaleza, no por un accidente, sino por un régimen que ha decidido transformar la vida palestina en una excepción permanente, en una existencia desechable. Una vida que se puede cortar por bomba, por bala o por hambre. No hay diferencias en la intención, el objetivo es exterminar.
Frente a esta tragedia que tiene nombre, coordenadas y responsables, Sudáfrica ha dado un paso valiente al denunciar a Israel ante la Corte Internacional de Justicia por genocidio. Su voz, cargada de memoria y dignidad, ha resonado en los tribunales del mundo recordándonos que el apartheid, la hambruna, el genocidio no puede ser la norma. Ahora, Brasil se suma a esa denuncia, marcando un punto de inflexión. Es urgente que más países levanten la voz, que dejen de mirar hacia otro lado mientras una población entera es exterminada lentamente.
¿EN DONDE ESTÁN, PORQUE NO SE VEN?
¿Dónde están las democracias que dicen defender los derechos humanos? ¿Dónde está la comunidad internacional que proclamó «nunca más» tras Ruanda o el Holocausto? ¿Qué más necesita ver el mundo para actuar? ¿Que los niños mueran en vivo frente a las cámaras?… Bueno, en realidad ya está sucediendo, ya lo están viendo en tiempo real.
La historia nos está mirando, cada país que calla, cada gobierno que se abstiene, cada líder que pone excusas, es cómplice de esta masacre. No se trata solo de geopolítica o de alianzas militares, se trata de humanidad, de no permitir que la crueldad se convierta en norma, de evitar que el hambre se utilice como herramienta de limpieza étnica.
Palestina nos interpela como humanidad, no podemos seguir normalizando su martirio, no podemos aceptar que haya vidas que valgan menos que otras. Un niño palestino tiene el mismo derecho a la vida, a reír, a comer, a jugar, que cualquier otro niño del mundo.
Que más naciones se unan a la demanda ante La Haya no es un gesto simbólico, es una necesidad ética. Es el único camino para frenar la impunidad, para detener el exterminio, para poner límites a un Estado que ha olvidado toda noción de humanidad.
Es tiempo de hablar, de actuar, de resistir. Porque el silencio, ante este horror, es también una forma de matar.