LA DERECHA PROPUSO Y LA SOCIALDEMOCRACIA ACOMPAÑÓ

Balotaje: democracia tutelada

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Desde el planteo de Fukuyama sobre el fin de las ideologías y la caída del socialismo real por la traición de los dirigentes de la época —hoy convertidos en la nueva burguesía rusa—, se han producido cambios dialécticos en la acumulación y la correlación de fuerzas a nivel mundial. Sectores oportunistas han negado la lucha de clases y la lucha ideológica, sin superar el socialismo como teoría científica, y se refugian en la idea de un capitalismo “humano”.

El imperialismo yanqui consolidó su hegemonía política, económica y militar, al tiempo que reconfiguró la correlación de fuerzas en el ámbito ideológico y en el rol de las herramientas dirigenciales. Esto degradó el carácter, el programa y la acción política de la clase obrera, permitiendo que sectores oportunistas de las capas medias y la pequeña burguesía hegemonizaran espacios.

A la pérdida del papel dirigente de la clase obrera en el desarrollo dialéctico y revolucionario se suma un retroceso estructural. Las fuerzas productivas experimentaron una explosión científico-técnica que benefició a la burguesía, mientras las políticas neoliberales cerraron industrias, achicaron el Estado y fomentaron la microempresa como forma de precarización laboral.

Este desarrollo capitalista debilitó aún más el rol de la clase obrera como vanguardia, abriendo el camino a sectores oportunistas que disputan la dirección del proceso revolucionario. Reformistas y socialdemócratas, seducidos por los liberales europeos y el estado de bienestar, terminan atrapados por la derecha neoliberal, que los manipula para imponer agendas políticas centradas en votos y cuanta leche pueden sacarle a la vaca Estado, convirtiéndolos en títeres del capital financiero y de los nuevos ricos de izquierda.

Sin embargo, estos cerdos aspirantes a burgueses enfrentan contradicciones profundas: desean riqueza sin explotación, pero nadie se enriquece solo trabajando. Su conflicto esencial radica en la relación con la rosca oligárquica y el imperialismo. Estos pseudorevolucionarios piensan que su concepción de un “capitalismo humano” les permitirá ganar derechos para el pueblo, cuando en realidad solo refuerzan el sistema.

Durante décadas, la clase obrera fue vanguardia del proceso revolucionario por su número y su concepción ideológica, hasta que en los años 90 sectores oportunistas, dando manotazos de ahogado, intentaron imponer su visión de un capitalismo con rostro humano. Desde la revolución de Lenin, estos intentos de superar el socialismo real mediante teorías pequeñoburguesas no han hecho más que obstaculizar el desarrollo de la teoría obrera y el camino hacia la emancipación.

Porque sus sueños se limitan a administrar el capitalismo, perpetuando la explotación del hombre por el hombre bajo una visión economicista y pragmática, sin base científica. Su desarrollo positivista-maquiavélico utiliza todos los medios posibles, democráticos o no, para sostener su modelo. Ejemplo de esto fueron el fascismo y el nazismo: hablan de democracia, pero la traicionan cuando no los representa, convirtiéndose en lo más antidemocrático.

Cuando la derecha propuso el balotaje como reforma constitucional, lo hizo con la intención de retrasar la llegada de la izquierda al gobierno. Con esta herramienta resolvieron sus contradicciones, unificando a la derecha contra la izquierda, deshaciéndose de la ley de lemas. Pero este diseño tuvo como único propósito impedir que la izquierda ganara las elecciones. Ahora, los partidos tradicionales de derecha reconocen que el balotaje por sí solo no basta, y han creado una “coalición republicana” que prioriza las elecciones sobre cualquier otra cosa.

El Frente Amplio, en cambio, se formó como una coalición y un movimiento en acción permanente, con el objetivo principal de romper el bipartidismo de aquella época. Sin embargo, Seregni y Astori cometieron el error de apoyar el discurso de la derecha al sumarse a la reforma electoral que introdujo el balotaje. Si esa reforma no hubiera sido aprobada, la izquierda habría llegado al gobierno mucho antes. La reforma, lejos de democratizar, presentó graves falencias participativas.

La derecha, desde una postura de tutela, modifica las elecciones al sistema que más le convenga, debilitando la democracia en su forma y fondo. Nunca buscaron mejorarla; al contrario, excluyeron reformas esenciales, como el voto consular desde el exterior, presente en muchos países con balotaje. También ignoraron la posibilidad de que, si un partido supera al segundo por 10, 15 o 20 puntos y alcanza el 40% del electorado, no se requiera un balotaje. Estas medidas habrían fortalecido la democracia y la Constitución, pero no las incluyeron deliberadamente. Por ello, hoy vivimos en una democracia tutelada.

Otro problema grave de la pequeña burguesía y las capas medias es el contenido reformista de su accionar. No les importa quién gobierne porque creen que pueden convivir en la alternancia con la derecha. Sin embargo, esta lógica es un error histórico: cada vez que la izquierda alterna con la derecha, el pueblo pierde derechos, conquistas y beneficios. Por eso, estos sectores han negado sistemáticamente la Teoría de la Revolución de Arismendi, evitando avanzar en democracia. No buscan una democracia avanzada que garantice justicia social, equidad e igualdad de oportunidades. Ni la derecha ni los socialdemócratas-reformistas quieren esto.

Si el Frente Amplio no profundiza la democracia, alcanzará un techo que le impedirá seguir avanzando. Ese límite no sólo detendrá al Frente Amplio y los sectores de avanzada, sino también a los reformistas y socialdemócratas. Avanzar hacia una sociedad sin explotados ni explotadores no significa instaurar el socialismo de inmediato, sino generar las condiciones necesarias para transitar ese camino. Sin embargo, estos sectores confunden participación con representación, relegando el compromiso y la conciencia.

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