ENTENDER EL CICLO PROGRESISTA COMO EXPRESIÓN DE LA LUCHA DE CLASES

El eterno retorno del “Fin de la Historia”

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No descubro nada y caigo casi en un cliché al decir que el motor de la historia sigue siendo la lucha de clases. Por más que sea una frase muy conocida y trillada. Invocada muchas veces con poca profundidad y para quedar bien entre camaradas; no deja de ser un concepto meridiano de los y las que pretendemos un mundo sin explotados ni explotadores.

En 1992, la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS estaban frescas en la memoria. Francis Fukuyama, asesor de Bush padre, sentenció el fin de la historia. Estados Unidos se erigía como dueño del mundo, juez, policía, prestamista, banquero y terrateniente. Todo en una sola nación. La geopolítica tomaba tono de poder unipolar. Pero la historia, porfiada a los designios de los imperios ya estaba pariendo en su seno movimientos populares.

Los zapatistas en México, en el cono sur debido a las políticas hambreadoras de los gobiernos neoliberales, el germen popular empezó a brotar de los márgenes de las principales ciudades. En 1998 triunfa Hugo Chavez Frías y se inaugura, en solitario, la primavera progresista. 2003 en Argentina con Kirchner, 2004 con el Frente Amplio, 2006 en Bolivia con Evo Morales, etc.

No es objeto de este texto analizar las fortalezas y los fracasos de estos procesos, ya que implicaría un libro entero por país. Lo que sí pretendo apuntar, es que la proyección de Estados Unidos como potencia sin competencia por un milenio, a los meses ya se empezaba a derrumbar. Incluso sus propias políticas en los 90 son el caldo cultivo (entre otros factores) para que años después sea electo un personaje como Donald Trump, el ascenso de la alt-right y la imposibilidad de confrontar a China como primera potencia mundial que en breves tomará el cetro.

Cuba en el patio trasero del imperio, en pie y heroica. Junto con Venezuela y Nicaragua son nombrados el “eje del mal”. La Unasur, la Celac, el ingreso de Venezuela al Mercosur, el No al Alca; son hitos de integración regional en pos de los pueblos. Contrario al cartel…perdón el Grupo de Lima, los tratados del transpacífico y otras intentonas de las oligarquías regionales para frenar o tumbar cualquier avance de los gobiernos progresistas.

El imperio avanzó no solo por el lado diplomático, apuntó a los golpes de Estado como antaño en Bolivia en 2019. A la destitución de presidentes a través de los llamados golpes blandos, por ejemplo con Mel Zelaya en Honduras y Fernando Lugo en Paraguay. La persecución y el lawfare a Cristina Fernandez en Argentina y a Dilma Roussef en Brasil, con el impeachment y la cárcel a Lula.

Cabe hacernos el planteo y tomar la iniciativa como lo ha hecho pública Cristina Fernández. Es imperiosa la necesidad de una reforma de la justicia en nuestro países. La justicia la manejan los poderes fácticos, hombres, blancos, heterosexuales en su gran mayoría, que nadie los elige y responden a una justicia burguesa que lejos está de los intereses populares.

Una justicia hecha para perseguir a los que, aunque sea tímidamente, cuestionan el status quo. Es la misma justicia que apaña a los poderosos. Ejemplos sobran: Moro en Brasil, Macri en Argentina, Pinochet y Piñera en Chile, Lenin Moreno en Ecuador, los represores de la dictadura y la Operación Océano en Uruguay, Luis Almagro en toda latinoamérica, etc, etc.

Muchos agoreros del fin del mundo plantearon que el ciclo progresista se había cerrado y allí la victoria de Alberto Fernández en Argentina y de Lopez Obrador en México resquebrajaron ese planteo. Incluso dentro de la propia izquierda, muchos intelectuales y analistas se plegaron a esa premisa.

Pero el puje nacional y popular no se quedó ahí. El pueblo boliviano revirtió un golpe de Estado cruel, racista y fundamentalista religioso. Mención aparte merece un análisis el neopentecostalismo religioso, pero nos vamos de tema. En una sola frase, es el brazo religioso del neoliberalismo a través de la Teología de la Prosperidad en oposición a la Teología de la Liberación.

Volvamos a los procesos progresistas.

La liberación de Lula, la detención de Añez en Bolivia, la resistencia venezolana, la revuelta popular en Paraguay, en Chile y la victoria electoral para reformar la Constitución, la histórica rebelde de Haití en el caribe, las manifestaciones masivas en Puerto Rico que tumbaron un gobernador títere de Estados Unidos. ¿Quién dijo que todo está perdido? ¿Quién dijo que el ciclo progresista se cerró?

Debemos entender que el ciclo progresista es una expresión de la lucha de clases. Es la manifestación que los pueblos de la Patria Grande han dado a sus luchas. Históricas, corajudas, con hambres viejas y violencias crudas. Más, menos revolucionarias. Más, menos exitosas, pero por ahí es la grieta en el muro de la dominación que nos permite rearmar un segundo proceso independentista y emancipatorio.

Se equivocó Fukuyama. Se equivocaron Hardt y Negri al decir que hay imperio y no imperialismo. Las que no se equivocan son las masas luchando día a día por una vida digna. Es cierto que el hastío ante el sistema de partidos políticos se extiende cada vez más y la pandemia contribuye al alejamiento del otro, del encuentro con uno ajeno a mí que tiene las mismas necesidades que yo.

Por eso, reivindicar la Política con P mayúscula es el lubricante para que los engranajes de este motor siga funcionando.

Falta mucho para alcanzar un horizonte anticapitalista, sin explotados ni explotadores. Donde el buen vivir sea global, porque se produce para más de un planeta Tierra, se reparte como si viviera solo un 10% de la población mundial y se destruye como si existieran planetas de repuesto.

Falta, pero se está haciendo. Falta, pero la paciencia es proletaria dijo alguien por ahí.

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